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Bruno Galindo “¿Qué sería importante contar en este momento?”

Por Juan Soto Ivars. - Cukturamas - 14 de agosto 2012
Bruno Galindo, un periodista muy curtido, se lanza al ruedo literario con una novela cuya historia tiene como punto de partida el periodismo: El público, editada por Lengua de Trapo

Bruno Galindo es un periodista muy curtido. Ha toreado en plazas tan calientes como el Irak en guerra o Corea del Norte, que le dio para escribir sus Diarios de Corea (Editorial Debate) donde hace crónica de las esclavitudes del país estalinista y la visión dura del hombre en el Sur de la prosperidad. Reportero sin complejos, de los de antes, Galindo se lanza al ruedo literario con una novela cuya historia tiene como punto de partida el periodismo: El público, editada por Lengua de Trapo.

La historia arranca en una reunión de ejecutivos de un periódico de izquierdas que ha perdido, en bloque, a su público de 25 a 40 años, raza blanca y ámbito urbano. Frenéticos por recuperarse económicamente, deciden lanzar un suplemento dedicado al lujo más extremo e inaccesible. Y esta maniobra, sorprendentemente, triunfa. La novela trata sin cortapisas grandes temas tabús de nuestro tiempo: las derramas ideológicas, el derrumbe moral de los grupos mediáticos, la imprevisible deriva del público, de todos ustedes, que conforman en este libro la voz narrativa. Un libro que ha cosechado críticas entusiastas porque lo ha escrito alguien que sabe de lo que habla. Hablamos con Bruno Galindo sobre su novela, el periodismo y la sociedad española.

Lo primero que llama la atención en El Público es el narrador, esa primera persona del plural omnisciente y manipuladora que se siente como una amenaza para los personajes. ¿Cómo llegaste a esta técnica de narrador tan adecuada para lo que ibas a contar?

Elegí la primera persona del plural desde el mismo momento de empezar a escribir El público Quería hablar de un colectivo amplio y ambiguo: el público, los espectadores; utilizar ese nosotros me brindaba una distancia emocional interesante al hablar de un mundo al que pertenezco. No es muy frecuente el uso de esa persona en literatura, y hacerlo me pareció primero interesante y después necesario. El público que ha perdido el periódico, ese target es justamente el que habla en primera del plural. 

“Yo no formo parte de esa cadena trófica ni de ninguna otra”

La sociedad cultural de castas queda retratada de forma muy verosímil, donde el valor de los ejemplares radica en su currículum, las marcas que los rodean y el membrete de sus emails. Se alude a la sociedad como una “cadena trófica”. Tú que llevas tantos años en los medios, ¿formas parte de esa cadena trófica? ¿Es una visión realista para ti?

Aludes a la parte en que una agencia de relaciones públicas convoca una gran fiesta, todo muy VIP y en el fondo de una cutrez desoladora. Según la vigente ley del photocall español, una fiesta a la que han ido esposas de futbolistas, actores de series de televisión, participantes en realities, toreros y cocineros, es una fiesta que ha ido muy bien. Yo no formo parte de esa cadena trófica ni de ninguna otra. Bueno, sí: de una cadena insignificante y despreciada: la de los creadores de contenidos culturales. Frente a la gente, sería más fácil sentirse orgulloso de vendiendo llantas. 

“España es un país socialmente cocainómano”

Hay mucha cocaína en todas esas fiestas. Recuerdo las acusaciones del caso Campeón, donde se pagaba polvo blanco con dinero del contribuyente. ¿Qué papel juega esta droga en los escalones altos de la intelligentsia de España?

España es un país socialmente cocainómano, lo que no se nota tanto en esa clase intelectual de la que hablas (¿cual será?) como en los capós de los coches en las plazas de cualquier pueblo un viernes por la noche. No creo que haya que escandalizarse, sino entender por qué nos ponemos hasta el culo, tanto en los baños de las coctelerías finas como en los polígonos. Yo creo que es para soportarnos mejor.

Uno de tus personajes llega a conclusiones sobre la forma de tratar a las personas de “una casta superior” y decide que no se les debe decir nunca que están haciendo algo reprobable. Me interesa comentar contigo esta conclusión sobre la vanidad.

No es vanidad, sino supervivencia. Lo que hace ese personaje no es distinto a nuestro comportamiento cotidiano: estamos acostumbrados a decirle al emperador qué bien le queda el traje. Cada vez me caen mejor quienes dicen lo que piensan y hacen temblar al resto. Normalmente es gente mayor, muy talentosa y muy harta. 

“El público es una ficción contemporánea que tiene lugar en calles que recorro a diario”

En tu libro se describen las conversaciones desde fuera y de manera analítica, enumerando las palabras que se usan frecuentemente en cada situación. ¿Tiene esta novela afán sociológico? ¿Es una literatura de la masa?

Tiene afán literario, lo que -que yo sepa- le distancia de la masa. Y tiene intención sociológica, eso es cierto, pero yo no pondría ese rasgo en primer lugar. Permíteme llamar la atención sobre las distintas tramas “no sociales”, que son escenas literarias puras y duras, sin ningún apunte generacional ni pretensión de llegar a conclusiones sociológicas.

Cierto. La naturalidad, la rapidez y al mismo tiempo la distancia con que se aborda la relación del protagonista con su novia, ese ascenso y caída del amor, tiene para mí algunas de las mejores conclusiones de la novela. Ejemplo: “Una mujer que llora es casi siempre una mujer invencible.” Estos hallazgos son los intimistas y me obligan a hacerte esta pregunta: ¿qué parte de combustible ha salido de tu experiencia personal?

Mentiría si dijera que nada. Pero, ahora se está hablando mucho de la literatura autobiográfica, creo que tienes que saber de qué lado quieres estar cuando escribes algo que tiene que ver con tu ámbito sentimental, generacional, laboral… El público es una ficción contemporánea que tiene lugar en calles que recorro a diario y habla de conflictos que son los míos; me resultaría muy difícil haber escrito abstrayéndome de determinadas experiencias. Pero quiero relativizar esas experiencias y reivindicar una vez más su carácter de ficción, pues es lo que es.

Haces un coro de personajes sin nombre, determinados por los productos que compran, por el atrezzo y la ubicación de sus casas. ¿Crees que las identidades en Occidente se disuelven en esa dirección a la que apuntaba Naomi Klein?

Sí, aunque quiero insistir en que me interesa mucho más el uso literario del brand-dropping que el sociológico. Es decir, me interesa más Bret Easton Ellis que Naomi Klein.  Más adelante el narrador adopta una postura contraria, más cercana al libro Rebelarse vende de Heath y A. Potter.

Haces así un arco entre la contracultura y su discusión y al final del libro se desata una revolución social. ¿Hacia dónde iría encaminada esa revolución?

A la violencia.

Aludes a la Gran Idea que persigue el protagonista en los textos que escribe, y que “se le escapa como a un peón de obra se le escapa el diseño de un fabuloso palacio.” ¿Es lo que ocurre al ciudadano común con la opinión pública, con el estado de las cosas?

No lo sé. Me estoy refiriendo a la gran pregunta que se hace en su trabajo un escritor e incluso un periodista: ¿de qué hay que escribir ahora? ¿qué sería importante contar en este momento? Algo que nos llama la atención a todos es algo que da en el clavo respecto al momento en que se cuenta. Eso lo vemos con toda claridad en Twitter.

“El periodismo es un hermoso oficio vocacional”

También hablas de los destinos de los que eran periodistas en los noventa, todos en gabinetes de comunicación, todos lejos de las redacciones. ¿Ha sido la deriva de tus compañeros?

Es verdad que he visto a periodistas con los que yo aprendí diluirse en puestos de menor valía, incluso tirar la toalla y dedicarse a otra cosa. Hay quienes explican esto con la teoría del tapón generacional, que yo comparto hasta cierto punto. Pero qué poco importa ya eso cuando hay miles de recién licenciados que ni siquiera pueden optar a un puesto de trabajo de calidad.

¿Por qué sigues tú siendo periodista en estos tiempos? ¿Hay motivos para ejercer una profesión de claro rechazo, en la que si quieres trabajar con independencia (freelance) serás visto como un pobre o un advenedizo, en la que se están haciendo facturas de 50 euros?

Milagrosamente la respuesta es: SÍ. El periodismo es un hermoso oficio vocacional y una manera de ver la vida con la que espero no perder contacto nunca. 

“Buena parte de los periodistas que quieran seguir trabajando tendrán que fundar su propio medio, a riesgo de no poder monetizarlo.”

¿Cómo has vivido desde dentro la fractura de la gran empresa periodística? Apuesto a que igual que tú: ¿cuánto te pagan por escribir este artículo? ¿Cuánto te hubieran pagado hace un año? ¿Te pagarán algo el año que viene por escribirlo?

Hum, sigamos por ahí. En esta nueva era digital, en esta nueva estructura basada en la colaboración no remunerada para muchos periodistas (o de remuneración escasa) que empezó con los becarios y termina con medios de gran difusión digital que no pueden pagar mucho, ¿hacia dónde dirías que nos dirigimos? ¿Colapso o nuevo equilibrio? A un nuevo equilibrio basado en pocos sitios buenos, muy especializados, producidos por equipos reducidos que conozcan muy bien aquello de lo que hablan. Buena parte de los periodistas que quieran seguir trabajando tendrán que fundar su propio medio, a riesgo de no poder monetizarlo. Muchos seguirán desde ese lado en la vía de la no remuneración.

Dijiste en la presentación de Barcelona que la reseña del New York Times Book Review que aparece hacia el final del libro, donde se critica precisamente tu novela, era un informe de lectura negativo de una editorial. ¿Cuánto cambió la novela después de esta crítica?

Honestamente, no cambió nada o casi nada. La novela contiene la reproducción de su propia crítica -negativa, por cierto- pero ese informe que recibí tenía algunas frases más finas que las que yo había escrito, así que las metí y al final lo publicado es un híbrido de las dos. Por un lado, el creador de una obra es el que mejor conoce sus deficiencias. Por otro, la escritura también es un juego. Por cierto, ese informe fue de una agencia, no de una editorial.

Esto nos lleva a otro tema maestro del libro: la novela que se escribe a sí misma, la novela dentro de la novela. Es una técnica que salpica incluso al texto de la contracubierta. ¿No sufre el contenido por la forma? ¿Qué influencia tiene una estructura como ésta sobre el fondo, sobre el alma de la novela?

El desenlace metaliterario que mencionas determina la dirección de la historia, así es. Yo creo que cuando empiezas a escribir una novela hay un infinitos puntos desde donde arrancar, pero para terminarla no hay infinitas posibilidades, sino las que hay. A veces sólo hay una. Y no siempre la ves hasta que llegas.



El público
Bruno Galindo
Lengua de Trapo
17,68 €

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