- Leer

Dostoyevski, escribano del subsuelo

José Luis Trullo Culturama - 13 de marzo de 2023
En un cuchitril de San Petersburgo, una voz pálida, fosforescen­te, relata la teoría y la práctica de la infamia: son los textos de Fiodor Dostoyevski El subsuelo y A propósito de la nieve sin cuajar, articulados en esa unidad de sentido que conceden las desgracias cuando no vienen solas.

Confinada en el gulag de su lucidez, infectada por el exceso de inteligencia («ser demasiado consciente es una enfermedad»), la voz desgrana uno a uno todos los argumentos que refutan desde la raíz la Escatología del Bien que, antes y ahora, chantajea a los hombres desde el nacimiento.

«¿Qué puede hacerse si la misión única de todo hombre inteligente está en la cháchara, es decir, en la consciente e inútil
pérdida de tiempo

Mirando hacia atrás, con la ira y la ternura mezcladas a partes iguales, afónica por el esfuerzo conmemorativo, la voz, sin embargo, no puede dejar de recitar, a gritos, la salmodia que borra los esfuerzos de los teólogos de la ciencia por calcular el final de la espera y el principio de la resurrección de los cuerpos. Y es que hablar es su única fuerza, hablar por no callar, por y para delatar el canon de la civilización, por y para desafinar la música de las esferas. Hablar incesantemente como culminación de un proceso de economía de los conceptos: «¿Qué puede hacerse si la misión única de todo hombre inteligente está en la cháchara, es decir, en la consciente e inútil pérdida de tiempo?» Hablar es derrochar: gastar sin obtener nada a cambio. Ni siquiera esa magra compensación de la catarsis. La voz no depura nada: todo lo aprovecha.

Pero, frente a la cháchara consolatoria del profesor en el aula, del ama de casa en el mercado, de los periodistas en todas partes (consuelo en cuanto certeza, fuerza, terquedad), la voz de San Petersburgo significa la derrota de todos los valores de consuelo, esperanza, salvación. La voz no espera, desespera: se desespera de sí misma, de la lucidez que la atenaza, de la que no se puede refugiar porque le propor­ciona, a la vez, el veneno y el antídoto por el que el cuerpo hablante se corrompe y, más allá del dolor, se conserva en estado de supuración, de latencia. Hablar es la paradoja de la caída: como el Jean Baptiste de Camus, el relato del pecado no conduce a su expiación, sino al goce de condenarse por despecho.

«¿No habrá en el mundo algo que sea, en efecto, más preciado para cada hombre que sus mejores beneficios?», se pregunta la voz (me pregunto yo).

Mientras creía, o aspiraba a creer, que mi bienestar consistía en orientar mis acciones hacia la vida buena (bondad, belleza, verdad), discrimina­ndo todo cuanto atentaba contra la integridad de mi haz de valores, se gestaba en mí el deseo, secreto, obsceno casi, de derribar cuanto había levantado con esfuerzo, de volver a caer incluso, para anegarme nuevamente en el vasto campo de la indecisión. Esta tentación, que crecía de manera proporcional a la proximidad de la felicidad, me apartaba constantemente de mis propósitos de enmienda, y me condenaba a ver rodar la piedra de mi dicha justo cuanto más cerca estaba de coronar la cumbre. Así, «cuanto mayor conciencia tenía sobre el bien y todo lo bello y lo sublime, más hondo descendía en mi charca».

«No quieran honrarme con su atención, pues no pienso humillarme. Tengo mi subsuelo»

Sin embargo, con el paso del tiempo llegué a convencerme de que, tras el fracaso de todos mis deseos, se ocultaba un deseo mucho más incisivo, más brutal y difícil de consolar, que el del confort del cálculo y la dicha, y era precisamente el deseo de desear, esto es, de no dejar nunca de aspirar a la satisfacción. Ese «impulso interno, superior a todos mis intereses», consistía precisamente en «destruir a cada instante todas nuestras clasi­ficaciones, todos los sistemas compuestos por los amantes del género humano para la dicha de la humanidad», de manera que en la frustración hallaba un estímulo para reemprender la marcha hacia el éxito (esta vez, sin embargo, se trataba de un éxito sutil, paradójico, ya nunca más asociado a la armonía, sino al dolor de la lucha, la caída y el subsuelo).

«Quizá toda la meta de la humanidad en la tierra radica en esa misma continuidad del proceso de consecución, o dicho de otro modo: en la propia vida y no en el fin». Para escándalo de los te(le)ólogos, había descubierto que el hombre no posee en su vientre el germen de Dios, ni la voluntad de actuar para alcanzar su bien, sino que prefería mil veces sufrir los reveses de la fortuna, el castigo por sus faltas e, incluso, la condenación eterna, antes que caer esclavo bajo el dominio letal del tedio, de la perfección redonda del ser. Había descubierto que el hombre no se conduce movido por la esperanza de lo mejor, sino por la pasión de lo peor. A partir de entonces, empecé a sentir una simpatía casi animal por los jugadores, los aventureros y los saboteadores. Existe un goce extraño, una delectación morbosa, en el fracaso: sin duda, porque nos permite reconciliarnos con un universo abierto, pero también por la posibilidad de conocer el tejido inmundo del subsuelo, de nuestro subsuelo, implícita en las grandes derrotas.

El ganador es un ser precario, que sobrevive expuesto al albur de los monzones y las tribus enemigas; el perdedor, por el contrario (y si es el perdedor nato, el adicto al juego, mejor todavía, pues su derrota no se consuma frente a un poder humano, sino fantasmal: matemático), posee la certeza de su bajeza, el éxtasis de su propia miseria.

En la desesperación suelen existir los placeres más intensos, sobre todo cuando se reconoce que la situación no tiene salida posible. Llegar a una situación sin salida es tanto como recuperar un mundo sin entradas; es decir, perder es ganar el subsuelo: «No quieran honrarme con su atención, pues no pienso humillarme. Tengo mi subsuelo». Y el subsuelo es el humus fundamental que nutre las raíces de los árboles magníficos de la ontoteología y las ciencias (puras y, también, impuras), el grado cero de la inteligencia, la asíntota racional a partir de la cual todos los valores se combinan en función de la X.
«La amargura tornábase, al fin, en vergonzoso y maldito dulzor y, en último término,
en franco y hondo placer
»

Pero el subsuelo, aun siendo fundamental (porque otorga el salvoconducto para plantar el fundamento: cualquier fundamento), a) no es fundamentado, sino carecería de relevancia; b) carece de autoridad, sino sería vulnerable y, a su vez, subvertido por una instancia más infame todavía; y c) no puede ser utilizado como criterio de legimitación de un discurso frente a otro, y menos todavía de un acto contra otro, pues subsiste y persiste en todo discurso y todo acto: minándolo desde abajo, poniendo entre paréntesis su ambición de hegemonía, caricaturizándolo.

El perdedor se deja conquistar por el subsuelo, se mezcla con él para permanecer en contacto con la experiencia primordial de la desposesión, de la polémica de las oportunidades y el fin dudoso de todos los proyectos.

«La amargura tornábase, al fin, en vergonzoso y maldito dulzor y, en último término, en franco y hondo placer». Así que, cuando el hombre fracasa, gana lo que pierde porque pierde lo que gana: el subsuelo concede la seguridad de que nada es seguro, la certeza de que no existen certezas y el placer de que la felicidad más sublime es el dolor de ser infeliz.

El subsuelo es el terreno natural de la paradoja.


  • Facebook
  • Google Bookmarks
  • linkedin
  • Mixx
  • MySpace
  • netvibes
  • Twitter
 

Eventos

La morte amoureuse de Théophile Gautier

La morte amoureuse de Théophile Gautier au Théâtre Darius Milhaud

« Memories »

« Memories » de Philippe Lebraud et Pierre Glénat

Paul Klee, Peindre la musique

L’exposition numérique rend hommage aux deux passions de Klee, la musique et la peinture, et révèle les gammes pictural...

Alô !!! Tudo bem??? Brésil-La culture en déliquescence ! Un film de 1h08 mn

Photo extraite du film de Mario Grave - S'abonner sur notre canal Youtube  pour avoir accès à nos films :

El mundo del vintage

Jean Segura, collectionneur d'affiches de cinéma : « J'en possède entre 10 000 et 12 000 »

Journaliste scientifique, auteur de plusieurs ouvrages, concepteur du site ruedescollectionneurs, Jean Segura est aussi un passionné et un spécialiste de l'affiche de cinéma ancienne. Rencontre, ici.


Salir en Paris (Pincha en el título)

« Loading, l'art urbain à l'ère numérique »

jusqu'au 21 juillet 2024 au Grand Palais Immersif


            


Ultima hora

Madrid, 11 mars 2004

L'Espagne, mais aussi l'Union européenne, rendent un hommage solennel lundi aux 192 victimes de 17 nationalités assassinées il y a 20 ans à Madrid dans des attentats à la bombe qui marquèrent le début des attaques islamistes de masse en Europe.

 
Pablo Neruda a-t-il été empoisonné ?
Cinquante après, le Chili relance l'enquête sur la mort du poète et Prix Nobel de littérature survenue sous la dictature du général Pinochet. Cancer de la prostate ou empoisonnement ?
 
Paris 2024 : les bouquinistes ne seront pas déplacés
Paris 2024 : les bouquinistes des quais de Seine ne seront finalement pas déplacés pour la cérémonie d’ouverture des JO « Déplacer ces boîtes, c’était toucher à une mémoire vivante de Paris » a déclaré à l'AFP Albert Abid, bouquiniste depuis dix ans au quai de la Tournelle.
 
Sophie Calle et la mort !
Sophie Calle, artiste de renom, achète des concessions funéraires au USA en France et ailleurs. "J'achète des trous" dit -elle à propos de sa mort.
 
53 journalistes et proches de médias tués dans la guerre Israel- Hamas
Cinquante-trois journalistes et employés de médias ont été tués depuis le début de la guerre entre Israël et le Hamas, selon le dernier décompte du Comité pour la protection des journalistes (CPJ)